Comentario
Cómo Hernando Cortés salió de México para ir camino de las Higüeras en busca de Cristóbal de Olí y de Francisco de las Casas y de los demás capitanes y soldados; dase cuenta de los caballeros y capitanes que sacó de México para ir en su compañía, y del gran aparato y servicio que llevó hasta llegar a la villa de Guazacualco, y de otras cosas que entonces pasaron
Como el capitán Hernando Cortés había pocos meses que había enviado al Francisco de las Casas contra el Cristóbal de Olí, como dicho tengo en el capítulo pasado, parecióle que por ventura no habría buen suceso la armada que había enviado, y también porque le decían que aquella tierra era rica de minas de oro, y a esta causa estaba muy codicioso, así por las minas, como pensativo en los contrastes que podrían acaecer a la armada, poniéndosele por delante las desdichas que en tales jornadas la mala fortuna suele acarrear. Y como de su condición era de gran corazón, habíase arrepentido por haber enviado al Francisco de las Casas, sino haber ido él en persona, y no porque no conocía muy bien que el que envió era varón para cualquiera cosa de afrenta; y estando en estos pensamientos, acordó de ir, y dejó en México buen recaudo de artillería, así en las fortalezas como en las atarazanas, y dejó por gobernadores en su lugar como tenientes al tesorero Alonso de Estrada y al contador Albornoz, y si supiera de las cartas que el contador Albornoz hubo escrito a Castilla a su majestad diciendo mucho mal dél, no le dejara tal poder, y aun no sé yo cómo le aviniera por ello; y dejó por su alcalde mayor al licenciado Zuazo, ya otras muchas veces por mí nombrado, y por teniente de alguacil mayor a su mayordomo de todas sus haciendas a un Rodrigo de Paz, su deudo, y dejó el mayor recaudo que pudo en México, y encomendó a todos aquellos oficiales de la hacienda de su majestad, a quien dejaba el cargo de la gobernación, que tuviese muy grande cuidado de la conversión de los naturales, y asimismo lo encomendó a un fray Toribio Motolinea, de la orden del señor san Francisco, y a otros buenos religiosos; que mirasen no se alzase México ni otras provincias. Y porque quedase más pacífico y sin cabeceras de los mayores caciques, trajo consigo al mayor de México, que se decía Guatemuz, otras muchas veces por mí memorado, que fue el que nos dio guerra cuando ganamos a México, y también al señor de Tacuba, y a un Juan Velázquez, capitán del mismo Guatemuz, y a otros muchos principales, y entre ellos a Tapiezuela, que era muy principal; y aun de la provincia de Michoacan trajo otros caciques, y a doña Marina la lengua, porque Jerónimo de Aguilar ya había fallecido; y trajo en su compañía muchos caballeros y capitanes vecinos en México, que fueron Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor, y Luis Marín y Francisco Marmolejo, Gonzalo Rodríguez de Ocampo, Pedro de Ircio, Avalos y Saavedra, que eran hermanos, y un Palacios Rubios, y Pedro de Saucedo "el Romo", y Jerónimo Ruiz de la Mota, Alonso de Grado, Santa Cruz, burgalés; Pedro de Solís "Casquete", que así le llamábamos; Juan Jaramillo, Alonso Valiente, y un Navarrete y un Serna, y Diego de Mazariegos, primo del tesorero; y Gil González de Benavides, y Hernán López de Ávila, y Gaspar de Garnica, y otros muchos que no se me acuerdan sus nombres; y trajo un clérigo y dos frailes franciscanos, flamencos, grandes teólogos, que predicaban, y trajo por mayordomo a un Carranza y por maestresala a Juan de Jasso y a un Rodrigo Mañueco, y por botiller a Cervan Bejarano, y por repostero a un fulano de San Miguel, que solía vivir en Guaxaca; por despensero a un Guinea, que asimismo fue vecino de Guaxaca; y trajo grandes vajillas de oro y de plata, y quien tenía cargo de la plata era un Tello de Medina, y por camarero un Salazar, natural de Madrid; por médico a un licenciado Pedro López, vecino que fue de México, y cirujano a maese Diego de Pedraza, y otros muchos pajes, y uno dellos era don Francisco de Montejo, el cual fue capitán en Yucatán el tiempo andando (no digo el adelantado su padre); y dos pajes de lanza, que el uno se decía Puebla, y ocho mozos de espuelas, y dos cazadores halconeros, que se decían Perales y Garci Caro y álvaro Montañés y llevó cinco chirimías y sacabuches y dulzainas, y un volteador, y otro que jugaba de manos y hacía títeres, y caballerizo Gonzalo Rodríguez de Ocampo, y acémilas con tres acemileros españoles, y una gran manada de puercos, que venía comiendo por el camino; y venían con los caciques que dicho tengo sobre tres mil indios mexicanos con sus armas de guerra, sin otros muchos que eran de su servicio de aquellos caciques. E ya que estaba Cortés de partida para venir su viaje, viendo el factor Salazar y el veedor Chirinos, que quedaban en México, que no les dejaba Cortés cargo ninguno ni se hacía tanta cuenta dellos como quisieran, acordaron de se hacer muy amigos del licenciado Zuazo y de Rodrigo de Paz y de todos los amigos y viejos conquistadores de Cortés que quedaban en México, y todos juntos le hicieron un requerimiento a Cortés que no salga de México, sino que gobierne la tierra, y le ponen por delante que se alzará toda la Nueva-España, y sobre ello pasaron grandes pláticas y respuestas de Cortés a los que le hacían el requerimiento; y de que no le pudieron convencer a que se quedase, dijo el factor y el veedor que le querían venir a servir y acompañarle hasta Guazacualco, que por allí era su viaje. Pues ya partidos de México de la manera que he dicho: saber yo decir los grandes recibimientos y fiestas que en todos los pueblos por donde pasaban se les hacía, fuera cosa maravillosa; y se le juntaron en el camino de otros cincuenta soldados y gente extravagante, nuevamente venidos de Castilla, y Cortés les mandó ir por dos caminos hasta Guazacualco, porque para todos juntos no habría tantos bastimentos. Pues yendo por sus jornadas el factor, Gonzalo de Salazar, y el veedor, íbanle haciendo mil servicios a Cortés, en especial el factor, que cuando con Cortés hablaba estaba la gorra quitada hasta el suelo, y con muy grandes reverencias y palabras delicadas y de grande amistad, y con retórica muy subida, le iba diciendo que se volviese a México y no se pusiese en tan largo y trabajoso camino, y poniéndole por delante muchos inconvenientes; y aun algunas veces por le complacer iba cantando por el camino junto a Cortés, y decía en los cantares: "Ay tío, volvámonos; que esta mañana he visto una señal muy mala: ay tío, volvámonos "; y respondía Cortés cantando: "Adelante, mi sobrino; adelante, mi sobrino, y no creáis en agüeros; que será lo que Dios quisiere; adelante, mi sobrino", etc. Dejemos de hablar en el factor y de sus blandas y delicadas palabras, y diré cómo en el camino, en un pueblezuelo de un Ojeda "el tuerto", cerca de otro pueblo que se dice Orizaba, se casó Juan Jaramillo con doña Marina la lengua delante de testigos. Pasemos adelante, y diré cómo iban camino de Guazacualco, y llegan a un pueblo grande que se dice Guazpaltepeque, que era de la encomienda de Gonzalo de Sandoval y como lo supimos en Guazacualco, que venía Cortés con tanto caballero; así alcalde mayor como capitanes, y todo el pueblo y regidores, fuimos treinta y tres leguas a le recibir y darle el parabién-venido, como quien va a ganar beneficio; y esto digo aquí para que vean los curiosos lectores e otras personas cuán tenido y aun temido estaba Cortés, porque no se hacía más de lo que él quería, ahora sea bueno o malo; y dende Guazpaltepeque fue caminando a nuestra villa, y en un río grande que hay en el camino comenzó a tener contrastes, porque al pasar se le trastornaron tres canoas y se le perdió cierta plata y ropa, y aun al Juan Jaramillo se le perdió la mitad de su fardaje, y no se pudo saber cosa ninguna a causa que estaba el río lleno de lagartos muy grandes; y desde allí fuimos a un pueblo que se dice Uluta, y hasta llegar a Guazacualco le fuimos acompañando, y todo por poblado; y quiero decir el gran recaudo de canoas que teníamos ya mandado que estuviesen aperajadas y atadas de dos en dos en el gran río junto a la villa, que pasaban de trescientas. Pues el gran recibimiento que le hicimos con arcos triunfales y con ciertas emboscadas de cristianos e moros, y otros grandes regocijos e invenciones de fuegos, y le aposentamos lo mejor que pudimos, así a Cortés como a todos los que traía en su compañía; y estuvo allí seis días, y siempre el factor le iba diciendo que se volviese del camino que iba, y que mirase a quién dejaba en su poder; que tenía al contador por muy revoltoso y doblado, amigo de novedades, y que el tesorero se jactanciaba que era hijo del rey católico, y que no sentía bien de algunas cosas de pláticas que en ello vio que hablaban en secreto después que les dio el poder, y aun de antes; y demás desto, ya en el camino tenía Cortés cartas que enviaba desde México diciendo mal de su gobernación de los que dejaba, y dello avisaban al factor sus amigos; y sobre ello decía el factor a Cortés que también sabría él gobernar, y el veedor que allí estaba delante, como los que dejaba en México; y se le ofrecieron por muy servidores. Y decía tantas cosas melosas y con tan amorosas palabras, que le convenció para que le diese poder al factor y al veedor Chirinos para que fuesen gobernadores, y fue con esta condición: que si viesen que el Estrada y el Albornoz no hacían lo que debían al servicio de nuestro señor y de su majestad, gobernasen ellos solos. Estos poderes fueron causa de muchos males y revueltas que hubo en México, como diré de que haya pasado cuatro capítulos e hayamos hecho un muy trabajoso camino; y hasta le haber acabado y estar en una villa que se llama Trujillo no contaré en esta relación lo acaecido en México. Y quiero decir que a esta causa dijo el Gonzalo de Ocampo en sus libelos infamatorios: "Oh fray Gordo de Salazar -factor de las diferencias- con tus falsas reverencias: -engañaste al provincial-. Un fraile de santa vida -me dijo que me guardase- de hombre que así hablase -retórica tan pulida". Dejemos de hablar de libelos, y diré que cuando se despidieron el factor y el veedor de Cortés para se volver a México, ¡con cuántos cumplimientos y abrazos! Y tenía el factor una manera como de sollozos, que parecía que quería llorar al despedirse; y con sus provisiones en el seno de la manera que él las quiso notar (y el secretario, que se decía Alonso Valiente, que era su amigo, las hizo), vuélvense para México, y con ellos Hernán López de Ávila, que estaba malo de dolores y tullido de bubas. Y dejémoslos ir su camino, que no tocaré en esta relación en cosa ninguna de los grandes alborotos y cizañas que en México hubo, hasta su tiempo y lugar, desque hubiéremos llegado con Cortés todos los caballeros por mí nombrados, con otros muchos que salimos de Guazacualco, y hasta que ya hayamos hecho esta tan trabajosa jornada, que estuvimos en punto de nos perder, según adelante diré. Y porque en una sazón acaecen dos o tres cosas, y por no quebrar el hilo de lo uno por decir de lo otro, acordé de seguir el de nuestro trabajosísimo camino.